vendredi 26 novembre 2010
De cuando el Mudo sacó a La Voz del mal camino
En 1934 Carlos Gardel estaba viviendo en la ciudad de Nueva York. Había llegado desde Francia, contratado por la cinematográfica Paramount a fines de realizar una serie de películas para el público hispanoparlante. Entre filmación y filmación Carlitos mataba el tiempo cantando por radio. A principios de ese año la prensa neoyorkina anuncia que habrá dos nuevos programas en la cadena WEAF-NBC a partir del 14 de enero, los cuales serán un programa semanal con la orquesta de Richard Hommer y la segunda nueva programación incluirá la presentación de Carlos Gardel , todos los día a las 21 horas.
Es entonces que a ver y escuchar el programa de Gardel llega una noche de ese gélido invierno de 1934 un muchacho venido de la barriada de Hoboken en la vecina Nueva Jersey. Se trata de Francesco Albertino Sinatra Agravantes, hijo de genovesa y siciliano que a sus apenas 18 años de edad no ha dejado macana sin hacer: ha sido expulsado la escuela tras innumerables amonestaciones por su carácter provocador. Sus incursiones laborales: camionero, repartidor de diarios, cadete, etc. terminaban siempre en el abandono de todos esos trabajos. Al filo de la ley, es un pibe rápido para los mandados, sobre todo los de los mafiosos de cabotaje, lo que le lleva a tener más de una entrada en las comisarías. En plena juventud, Frank Sinatra anda a los tumbos por la vida.
Si esa noche concurre a los estudios de la NBC a escuchar a Gardel, es un poco porque le gusta la música y un mucho porque quien le insiste en ir para alejarlo de las malas compañías, es su novia Nancy Barbato, que también desciende de inmigrantes italianos, nacida en Nueva Jersey.
Sinatra queda embelesado al escuchar a Gardel y cuando termina el programa se atreve a acercarse junto a Nancy para saludarlo. Medio en italiano y medio en castellano se establece el diálogo. Gardel le pregunta a que se dedica y Sinatra calla notándosele avergonzado. Nancy entonces le cuenta a Gardel que su novio está desperdiciando su talento ya que tiene una voz muy hermosa y en vez de cultivarla anda todo el día con los muchachotes de dudoso vivir. Gardel entonces le pone una mano en el hombro y le dice a Sinatra: “Mirá ragazzino, cuando yo tenía tu edad andaba allá en Buenos Aires como vos andás ahora en Nueva York. Pasaba todo el día en compañía no muy recomendable cerca del mercado de Abasto, con squenunes como los que vos frecuentás. Especialmente con unos malandrinos genoveses, los fratelli Traverso, cuyo padre tenía una fonda llamada O’Rondeman, que era una guarida de la Mano Negra, la Camorra y tutti cuanti”.
Lógicamente cada dos por tres me portaban en galera. No te voy a decir que ahora soy un santo, pero el cantar no sólo me dio fama y fortuna, también me apartó de ese ambiente donde sólo me esperaba pudrirme en la cárcel o morir violentamente.
Sinatra lo escuchaba atentamente y en algún momento se atreve a preguntar: “Mister Gardel, ¿usted que me aconseja que haga?".
Gardel le contesta: “Por lo pronto ragazzino, aprovechá que estás aquí en la radio y anotate en un concurso de cantantes que creo que se llama "Major Bowes Amateur Hour. Hacelo ragazzino que con probar nada se pierde”.
Sinatra le hizo caso. Se presentó a ese concurso acompañando al trío Three Flashes y ganaron el primer premio, lo que los llevó a una gira patrocinada por el programa. Por desavenencias con el resto de sus compañeros, a los tres meses Sinatra abandonó la gira. Pero ya la simiente de su fulgurante carrera artística estaba plantada.
Muchos años después de estos episodios, el consagradísimo en todo el orbe Frank Sinatra llegó en agosto de 1981 por primera vez y única vez a la Argentina y debutó en el Luna Park de Buenos Aires ante 20.000 personas en un concierto que interpretó sus más famosas canciones.
El día anterior, convenientemente camuflado para tratar de pasar de incógnito se hizo llevar hasta la zona del Abasto. Había pedido previamente al agregado cultural de la Embajada de EE.UU. que lo acompañaba, que tratara de ubicar donde había estado el café O´Rondeman. Este lo condujo a la esquina de Agüero y Humahuaca, donde un terreno baldío dejaba ver entre yuyales viejos cimientos. En la fría tarde porteña, Sinatra sacó de su sobretodo una amarillenta entrada de un espectáculo radial de 1934, la besó, la puso en tierra y para asombro de todos chapurreó en un castellano casi fonético. “¿Dónde estarán Traverso, el Cordobés y el Noy, el pardo Augusto, Flores y el morocho Aldao… los guapos del Abasto rimaron mi cantar".
Y en voz fuerte para que todos lo oyeran La Voz agregó:
“Thanks for helping me to live, Mister Gardel".
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