El uso de la música como terapia es tan antigua como el hombre. Ya en los papiros médicos egipcios del año 1550 A.C. hay evidencias de su valor para resolver asuntos relacionados con la fertilidad femenina.
Pero fueron los griegos quienes consideraron la música con criterio científico; recomendaban cantar y tocar algún instrumento musical a diario para extraer del organismo emociones como el miedo, las ansiedades y la rabia.
Hacia fines del siglo XIX el músico austríaco Émile Jacques Dalcroze, sostenía que el organismo humano era susceptible de ser educado eficazmente conforme al impulso de la música.
En síntesis, con la música se busca restituir funciones del individuo para que alcance una mejor organización intra e interpersonal y por tanto, mejorar su calidad de vida.
La influencia positiva y terapéutica de la música es un asunto complejo, condicionado por la estructura y las funciones del SNC, del sistema neurovegetativo, las glándulas de secreción interna y los órganos externos.
Todo ello se conjuga en una complicada cimentación con la obra musical, con su melodía, su armonía, su ritmo, el timbre y la disposición psíquica particular del paciente.
Cuando se escucha una melodía, el cuerpo tiende a seguir el ritmo. De esta manera el efecto de la música se irá convirtiendo en una especie de mensaje sónico que ayuda a eliminar tensiones provocadas por una vida cotidiana cargada de estrés y ansiedad.
Bailar el tango puede ser una excelente forma de cuidado cardiovascular. Sus efectos incluyen la mejora del flujo sanguíneo y la presión arterial, así como un aumento de la fuerza, la resistencia y la masa muscular, útil para la prevención de la osteoporosis, la disminución del colesterol y la mejora de la tolerancia a la glucosa.
En contraposición con otras danzas, el tango obliga al abrazo de la pareja, lo que crearía una mayor actividad cerebral y mejoras del equilibrio y la coordinación, responsable de la mejoría en los enfermos de Parkinson y como complemento para tratar la hipertensión arterial, la depresión y el Alzheimer.
Allá por 1934, Gardel estaba en Nueva York trabajando para una de sus películas con Teric Tucci, brillante músico argentino radicado en aquella ciudad desde larga data, cuando inesperadamente llegó Alfredo Lepera con su habitual cara de pocos amigos y sin mediar palabra se sentó en un rincón de la habitación. Se le tenía como un hombre de muy mal carácter.
Cuando Gardel y Tucci terminaron su trabajo, se acercaron hasta donde estaba Lepera y el músico le preguntó: “¿Te sentís bien? Te cambió la cara”.
“Si”, fue la respuesta. “La música para mi es un bálsamo reparador”.
Entonces Gardel dijo: “Es la música lo que te hace bien; ya va a llegar el día que el médico de cabecera recete aparte de los medicamentos necesarios, un tango de Gardel tres veces por día”.
Es bien sabido el efecto tranquilizante de una canción de cuna en los bebés o como enardece a los soldados el toque de clarín.
En la década de los “70” en el Hospital Psiquiátrico José Tiberio Borda, de la ciudad de Buenos Aires, se planeó un ensayo con tangoterapia con temas de Gardel. El Dr. Juan Carlos Patrón solía decir: “Gardel tiene un tango para cada momento del día y para estado de ánimo”.
Y en la letra que Ruben Rada escribió para su “Un candombe para Gardel” dice:
“Hablo de un tiempo que fue muy gris,
con la pobreza cerca de mi,
sólo su voz me ponía feliz”.
…lo que confirma las palabras del Dr. Patrón.