dimanche 25 juillet 2010
La honra del apellido
Hace unos días encontré en mi correo el E mail que sigue y que me resultó muy interesante, motivo por el cual creí que debía compartirlo con los amigos que visitan “Cosas del Tango”.
Es copia fiel del original:
Junio 03 2010 | Alfredo Leuco
Anoche Pinky me contó la conmovedora historia de Julio de Caro. Su padre, don José, era un músico clásico orgulloso de su formación cultural pero que despreciaba la música popular. En la calle Defensa, a 20 cuadras de la Casa Rosada, instaló un conservatorio y un anexo donde se vendían instrumentos musicales y partituras.
Don José había diseñado para su hijo Julito un destino de médico y de gran concertista de guitarra. Pero el pibe, con los atorrantes del barrio y de pantalones cortos se escapó una noche al Palais de Glace a ver la orquesta de Roberto Firpo y quedó fascinado. A la madrugada, todos gritaban que toque el pibe, que toque el pibe y él también porque un tango se llamaba así. Hasta que un amigo le dijo: ”Es a vos Julito, la gente pide que toques vos”.
Recién cuando apoyó el violín contra su cuello su cuerpito frágil dejó de temblar como una hoja. La música maravillosa que produjo hipnotizó a todos con su belleza.
Cuando Julito regresó de madrugada lo estaba esperando su padre que lo castigó a vivir una semana en un rincón y a pan y sopa. Julito metió violín en bolsa. Su corazón se desgarraba ante cada reto de su padre que insultaba a esos vagos que tocan esa música bastarda, esas melodías prostibularias. Pero la magia del tango ya se había metido para siempre en el corazón de Julio de Caro.
Un día, el tigre del bandoneón Eduardo Arolas lo invitó a tocar en su orquesta y ese fue el final. Otra madrugada el padre de Julio lo esperó detrás de la puerta y lo echó de su casa: “Usted elige mocoso, la medicina, la guitarra y el concierto o esa porquería que toca con el violín. Usted me ha traicionado, ha deshonrado mi apellido”. Y Julio se fue vencido de la casita de sus viejos. Durante 20 años le envió cartas a su madre que nunca fueron respondidas.
Después de mucho sacrificio y pasar grandes privaciones económicas, Julio empezó a triunfar en todo el mundo. Les mandaba a sus padres los recortes de los diarios que hablaban de su genialidad y nada. Ni una línea a vuelta de correo. Por eso su mirada siempre estaba triste pese a que su crecimiento profesional fue caudaloso. El presidente Marcelo T. de Alvear se declaró su admirador.
De gira por Europa una noche tocó en un palacio de Niza ante cientos de bacanes. Alguien se levantó de su mesa, elegante con su smoking tan lustroso como su cabello y dijo: “Así como me reciben a mí les pido que reciban y escuchen a Julio de Caro”. Un presentador de lujo: era Carlos Gardel. Enseguida uno de los bailarines le pidió que repitiera el tango “El Monito”. Y luego otra vez. Y otra. De Caro no podía negarse a ese pedido de Charles Chaplin.
¿Qué extraño misterio arrabalero hacía disfrutar al genio de Chaplín de esa letra que dice: “Mi pebeta ya se fue/y nunca volverá/Tal vez irá rodando por el cabaret/buscando en su dolor,/alivio de champán/olvido a mi desdén”.
De Caro después tocó para el Aga Khan, para el príncipe de Gales, y fue pasión de multitudes. Se convirtió en un artista inmenso que marcó para siempre con su identidad la música de Buenos Aires.
Pero sus padres seguían sin aparecer y la llaga de su corazón seguía abierta.
Paloma Efrom, Blackie, cantó en su orquesta. Edmundo Rivero también. En 1937, nadie quiso perderse el regreso triunfal de Julio de Caro al Teatro Opera. Después de varias ovaciones, Julio se quedó un tiempo largo en el camarín esperando que se fuera el público para poder salir tranquilo.
Pasaron dos horas y salió caminando por el pasillo del teatro apenas alumbrado por pequeñas lucecitas rojas. De pronto vio difusa dos figuras que se recortaban en la penumbra. Eran sus padres. Don José se acercó temblando hacia su hijo y después de 20 años le dijo, sin tutearlo: “Vengo a pedirle perdón. Usted hace una música de ángeles”. Y no pararon de llorar en un profundo abrazo. Julio de Caro en el medio de un reportaje que le estaba haciendo Pinky, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo: “Viste que yo no deshonre el apellido, no lo deshonré”.
Me lo contó Pinky anoche. Y moría por contárselo a ustedes.
vendredi 23 juillet 2010
SOBRE EL PUCHO
25 de enero de 2005, hora 14 y 30 estoy en la puerta del CHU (Hospital Universitario de Lausanne, Suiza), al que una de mis nueras había ingresado en la madrugada para tener familia.
A la entrada un recipiente con arena en el que debían dejarse los cigarrillos al entrar. En ese momento afloró en mi mente el recuerdo del tango de Piana y Castillo “Sobre el pucho”.
Yo esperaba el nacimiento de mi nieta menor y así fue el nacimiento de este recordado tango “Sobre el pucho”.
Corría el año 1922, era el momento que Sabastián Piana debía hacer el servicio militar obligatorio en Argentina. El padre lo mandó a la casa de José González Castillo, un amigo personal y de confianza y hombre muy ilustrado que había trabajado en los Tribunales, con una carta que decía: “Ahí te mando a Sebastián, mi hijo, te pido que hagas lo posible por salvarlo de la “colimba”. Y así lo hizo, no importa cómo.
La carta también decía que el muchacho era músico. En la casa de González Castillo había un piano, en el que estudiaba su hijo Cátulo y en él, Piana exhibió sus virtudes.
En ese momento el joven se animó a decirle al dueño de casa: “Señor, ¿sabe que hay un concurso organizado por una fábrica de cigarrillos,…la que fabrica los Tangos? Yo tengo una música ya compuesta, ¿no querría usted, ponerle letra?”
“Sobre el pucho” fue la respuesta, intuyendo seguramente González Castillo que tratándose de un fabricante de cigarrillos el “sponsor”, el título del tango impresionaría significativamente a los miembros del jurado.
El tango “Sobre el pucho” obtuvo el segundo puesto, habiendo sido el ganador el que presentó Juan De Dios Filiberto titulado “El ramito”. El premio consistía en quinientos pesos moneda nacional, una verdadera fortuna para los escuálidos bolsillos del joven Piana.
Carlos Gardel “olfateó” que aquel tango habría de tener gran éxito y lo grabó quince días después del concurso, asegurando así la consagración de la obra y la del novel compositor.
Este fue el momento en que Sebastián Piana se inició en el tango. A partir de entonces de la vena creadora de Piana surgen infinidad de hermosos temas: “Viejo ciego”, “El pescante”, “Silvando”, “Tinta roja”, “Milonga del 900”, “Caserón de tejas”,…
Muchas veces al maestro se le oyó decir: “A mi me cantan “Tinta roja” nada más, no sé para qué sigo componiendo”.
Esta es la letra de este tango, “Sobre el pucho”:
Un callejón en Pompeya
Y un farolito plateando el fango
Y allí; malevo que fuma,
Y un organito moliendo un tango;
Y al son de aquella milonga
Más que en su vida mistonga
Meditando aquel malevo
Recordó la canción de su dolor.
Tango querido, que ya pa’ siempre pasó,
Como un pucho consumió
Las delicias de mi vida
Que hoy cenizas sólo son.
Tango querido que ya pa’ siempre calló
¿Quién entonces te diría
Que vos te llevarías
Mi única ilusión?
Y al son de aquella milonga
Más que su vida mistonga
Meditando aquel malevo
Recordó la canción de su dolor.
Este tango resultó un éxito permanente de la Orquesta del maestro Juan D’Arienzo con su cantor Héctor Mauré. La orquesta del Rey del Compás lo grabó el 12 de setiembre de 1941. Disco 39.472 “A” de 78 rpm; al dorso tiene el vals “La serenata de ayer”, también con la voz de Héctor Mauré.
lundi 12 juillet 2010
EL ENTRERRIANO
Su autor, Rosendo Mendizabal, nació en Buenos Aires el 21 de abril de 1868. Fueron sus padres Horacio Mendizabal y Petrona Escalada, un matrimonio de negros esclavos de una familia aristocrática sin hijos, que a su muerte les dejó todos sus bienes.
Esto permitió que Rosendo además de realizar los estudios básicos, estudiara también música. Enrique Saborido dijo de Mendizabal en cierta ocasión:“Fue un pianista como ninguno”; era maravilloso como manejaba su mano izquierda”.
Como músico sostuvo su hogar con sus actuaciones en el “Tarana”, luego “Hansen”, en lo de “La Vieja Eustaquia”, en lo de “La Parda Adelina” y sobre todo en la “Casa de Laura”. En lo de la famosa “Casa de María la Vasca”, fue donde en 1897 estrenó su tango más famoso “El entrerriano”.
El Sr. J. Guidobono, participante de aquella reunión, relata aquel acontecimiento así: “Era una noche en que varios socios del “Z Club” habían tomado la sala para bailar en exclusividad. A las dos de la mañana golpearon la puerta, atendió María la Vasca y regresó diciendo que eran los jockeys Pablo Aguilera y Rafael Bastiani con unos amigos, que pedían permiso para participar de la velada. Fueron aceptados y el baile se extendió hasta las seis de la madrugada”.
Y continúa Guidobono: “Al retirarnos saludé a Rosendo, de quien era amigo y lo felicité por su tango inédito y sin nombre aún y me dijo, se lo voy a dedicar a usted; póngale nombre. Le agradecí pero no acepté y debo decir la verdad, no lo acepté porque eso me iba a costar, por lo menos, cien pesos al tener que retribuir la atención. Pero le sugerí la idea que se lo dedicase a Segovia, amigo también de Rosendo. Así fue, Segovia aceptó el ofrecimiento y se le puso “El entrerriano” porque Segovia era oriundo de la Provincia de Entre Ríos”.
La partitura original del tango “El entrerriano” lleva la dedicatoria al Sr. Ricardo Segovia y como curiosidad digamos que entrerriano está escrito con una sola “r” entreriano.
El tango “El entrerriano” tuvo varias letras; la primera la escribió Ángel Villoldo en 1906 y la cantó Pepita Avellaneda y empezaba diciendo así:
“A mi me llaman Pepita, jai, jai,
De apellido Avellaneda, jai, jai,
Famosa por la milonga, jai, jai,
Y conmigo no hay quien pueda”.
Una de las últimas letras la escribió Homero Espósito y es esta que reproducimos a continuación:
Sabrán que soy entrerriano,
Que soy
Milonguero y provinciano,
Que soy también
Un poquito compadrito
Y aguanto el tren
De los guapos con tajito.
Y en el vaivén
De algún tango de fandango,
Como el querer
Voy metiéndome hasta el mango,
Que pa’l baile y pa’l amor
Sabrán que soy
Siempre el mejor.
¿Ven, no ven lo que es bailar así,
Llevándola juntito a mi
Como apretando el corazón…?
¿Ven, no ven lo que es llevarse bien
En las cortadas del querer
Y en la milonga del amor?
Todo corazón para el amor
Me dio la vida
Y alguna herida
De vez en vez,
Para saber lo peor.
Todo corazón para bailar
Haciendo cortes
Y al Sur y al Norte
Suelen gritar
Que el Entrerriano es el gotán.
Hay quienes aseguran que “El entrerriano” lo compuso Ernesto Ponzio, “El Pibe” Ernesto, quien se lo habría confiado a su amigo Mendizabal en oportunidad de un viaje a Montevideo. Ponzio le dejó el original y Mendizabal lo publicó como suyo.
Otros dicen que fue un obsequio de Ponzio a Mendizabal. Y están aquellos que afirman que toda esta historia fue leyenda y el tango pertenece sin dudas a Mendizabal. Los que saben música se apoyan en una línea melódica que identifica las composiciones de Mendizabal.
Guido Bono, testigo presencial en el estreno del tango dice: “Si usted escucha “Don José María”, “Don Enrique” o “Z Club”, por ejemplo, todos obras de Mendizabal, notará en seguida la misma modalidad, lo que viene a confirmar la paternidad del tema.
Hay infinidad de grabaciones de este tango. Nosotros destacamos las que dejaron en el disco las orquestas de Rodolfo Biagi, Juan D’Arienzo, Alfredo De Ángelis y Aníbal Troilo.
samedi 3 juillet 2010
“La morocha”, el primer tango que llegó a Europa
“La morocha”, el primer tango que llegó a Europa
Enrique Saborido solía frecuentar el popular Bar Ronchetti de la calle Reconquista, al que también concurría asiduamente una bailarina uruguaya, Lola Candales. Eran también habitués del lugar, entre otros, los “niños bien” de aquella época, Victorica, Argerich y el diputado Félix Rivas.
Estos jóvenes observaron que Saborido estaba muy entusiasmado con Lola, que era una morocha exquisita y ni cortos ni perezosos desafiaron al pianista uruguayo a que compusiera un tango que la hermosa muchacha pudiera cantar con éxito.
Esa noche, la jarana siguió hasta entrada la madrugada. Saborido se fue a su casa y estaba por dormirse cuando se acordó del desafío que le habían hecho aquellos muchachos. Eran las cinco de la mañana, se sentó al piano y para las seis y media ya había compuesto la música del tango. Una hora más tarde llegó a la casa de su amigo Ángel Villoldo con la partitura en la mano, pidiéndole que le escribiera la letra.
A las diez de la mañana, la música y la letra estaban hechas y al medio día ambos visitaron a Lola en su casa para presentarle el nuevo tema. La mujer aprendió la letra, la ensayaron y esa misma noche ella la cantó en público por primera vez.
Los presentes pidieron un bis tras otro. Ocho veces Lola repitió el tango entre los aplausos de la concurrencia. El diputado Rivas envió a Lola $ 200.- como premio por su exitosa actuación.
El propio Saborido contó que él estrenó “La morocha” en el Tarana, del viejo Palermo, al frente de un trío que conformaban: él al piano, Genaro Vázquez en Violín y Benito Masset en flauta, el 25 de diciembre de 1905.
Luego Saborido le llevó la partitura al Sr. Luis Rivarola, que era el principal editor de música de entonces, a quien cedió los derechos de autor. Se imprimió y cuentan que se vendieron nada más, ni nada menos, que 280.000 ejemplares que a razón de $ 0,70 cada uno hicieron una fortuna.
A todo esto, Enrique Saborido dijo: “Fue para mi un triunfo inesperado y debo confesar, que pocas veces me sentí tan feliz”. Rivarola retribuyó a Saborido, regalándole un piano y el pasaje de ida y vuelta a Montevideo en el Vapor de la Carrera.
Está claro que Saborido estuvo muy lejos de obtener de “La morocha” un beneficio proporcional al éxito de su obra. Si, en cambio, una persona que a la muerte de Saborido (1941) se presentó a la Casa Odeón, manifestando que él era el único heredero de los derechos de autor que nadie había cobrado y el supuesto albacea se embolsó el capital. Como vemos al autor, sólo le quedó la gloria.
No se discute que este tango fue el primero en dejar las aguas del Río de la Plata. En 1907, la fragata “Sarmiento” realiza su segundo viaje de instrucción a Europa, con los cadetes de la Escuela Naval. Llevaron 1.000 ejemplares del tango, que fueron dejando en los puertos donde hacían escala.
En distintos momentos de sus vidas, Saborido y Villoldo viajaron a Europa y pudieron vivir así la satisfacción de ver al otro lado del Atlántico el éxito de su obra.
LA MOROCHA
Música de Enrique Saborido
Letra de Ángel Villoldo
Yo soy la morocha
La más agraciada,
La más renombrada
De esta población.
Soy la que al paisano
Muy de madrugada
Muy de madrugada
Brinda un cimarrón.
Yo soy la morocha
De mirar ardiente,
La que en su alma siente
El fuego de amor.
Soy la que al criollito
Más noble y valiente
Más noble y valiente
Ama con ardor.
Soy la morocha argentina,
La que no siente pesares
Y alegre pasa la vida
Con sus cantares.
Soy la gentil compañera
Del noble gaucho porteño,
La que conserva el cariño
para su dueño.
JOCKEYS EN EL TANGO
JOCKEYS EN EL TANGO
AL JOCKEY PABLO FALERO
El 16 de enero de 1998, en los estudios de SONDOR, el maestro César Zagnoli grabó por última vez. Fue el tango “Al jockey Pablo Falero”, de la autoría del Dr. Alberto Cohen Zuanny. El conjunto estaba integrado por Zagnoli en piano y dirección; Edelmiro “Toto” D’ Amario bandoneón y arreglos; Lasca en violín y Ruben Casco en contrabajo. El cantor fue Carlos Castelar.
Este tango tiene una historia que vale la pena contarla. Alberto Lemole, un industrial uruguayo propietario de una fábrica de calzados en San Isidro, Provincia de Buenos Aires, era dueño de un pura sangre de carrera que no salía de perdedor.
Falero, jockey de algunos de los equinos del stud donde se alojaba el mancarrón, se ofreció para correrlo y ganó dos carreras al hijo. Lemole, amigo del Dr. Cohen, le pidió que le escribiera un tango en homenaje al destacado jinete compatriota.
Y así nos lo contó el Dr. Cohen: “Media hora después del pedido, me comuniqué con Lemole y le dije, que el tango estaba pronto”.
En esos momentos la esposa del Dr. Cohen veía un programa en la televisión, del que participaba Zagnoli. Lo llamaron al canal para invitarlo a escuchar el tango recientemente compuesto y el maestro concurrió a la casa del autor. Cohen interpretó el tango al piano y Zagnoli dijo: “Lo grabamos”.
En el interín, Falero variando una potranca sufrió una rodada y debió permanecer alejado de su trabajo por todo el año. Convaleciente de la operación de columna cervical a la que fue sometido, escucha el tango y se emociona hasta las lágrimas.
Tuve el privilegio de ver el video que se tomó durante la grabación y cuando me retiraba de la casa del Dr. Cohen, este me dijo: “Doctor, le cuento que al caballo, Lemole lo vendió sobre el pucho”.
La letra del tango también es de la autoría del Dr. Cohen y así dice:
Recitado:
En este Plata querido,
la arena ha visto pasar
y en el césped descollar,
jinetes de gran prestigio.
Con coraje e hidalguía
todos ellos se lucieron
y a sus pingos impusieron
en más de un bravo final.
Entre todos estos jockeys
una estrella descolló
que a la afición conquistó
a fuerza de estilo y clase.
Record de triunfos y olimpia
en el año que pasó y…
por lo tanto Falero,
este tango es para vos.
Largaron!!!
Cantado:
Es uruguayo, nació en Colonia,
ya de purrete se destacó,
ganó en sus pagos, triunfó en Las Piedras,
fue crack en Maroñas y se marchó.
Cruzando el charco ganó en Palermo
y en San Isidro se consagró,
si sale en punta no hay con que darle,
si va a la zaga, expectación.
¡Falero! los burreros te idolatran
por que defendés la plata con coraje y calidad
no te hablen de contener a tu pingo
pues integran un binomio que corre para ganar.
¡Falero! montado en un pura sangre sos genial
y al más yetudo lo sacás de perdedor.
¡Falero! seguí triunfando en el césped
y en la arena de Palermo con tu clase de campeón.
Cruzando el charco ganó en Palermo
y en San Isidro se consagró.
si sale en punta no hay con que darle
si va a la zaga, expectación.
¡Falero! administrás la energía de tu pingo
en la carrera con mágica precisión.
y contás con tus reservas en los finales reñidos
que exigen fuerza y valor.
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